Papá, mamá... no fue la LOGSE |
Y ya os dejamos con este maravilloso cuento que todo el mundo debería leer:
La chica de la tiara
Era
otra tarde tranquila en un mercado artesano de Edimburgo. Puesto que
era un día normal, con un tiempo normal, la mujer tras el puesto de
dulces sólo esperaba clientes normales. Desenvolvió sus galletas,
colocó y recolocó los pasteles, ordenó los chocolates y se dedicó
a observar a la gente ir y venir. Le gustaba pararse a mirar el mundo
y pretender que entendía cómo funcionaban las personas.
Mientras
estaba allí sentada, observó a una chica acercarse. Era una chica
con vaqueros y mochila, era una chica de expresión tranquila y
amable. “Probablemente venga de alguna clase en la Universidad”,
habría pensado, ¡si no hubiera estado completamente distraída
mirando su cabeza! Sobre su pelo rubio relucía una tiara. No una
diadema, no un lazo con un broche de brillantes, una tiara: una
corona hecha de cientos de piedrecitas resplandecientes, de las que
sólo llevan las novias en las bodas o las princesas en las
películas. Contuvo una sonrisa condescendiente, así como la
tentación de hacerle una pequeña reverencia, e intentó redirigir
sus pensamientos a zonas más constructivas. “A lo mejor es un poco
‘especial’, como un personaje de libro”. Era un buen comienzo,
normalmente le gustaban mucho los personajes especiales en los
libros.
La
chica se acercó y hablaron durante un rato, lo cual fue aún más
desconcertante para la vendedora, porque la chica no parecía
especial. Después de darle el cambio por la galleta que había
comprado y no pudiendo resistir más la curiosidad le dijo:
-Perdona,
¿te importa si te pregunto por la tiara?
La
chica sonrió mientras se la quitaba y la sostenía en la mano.
-Claro
que puedes preguntar. La llevo para hacer feliz a la gente, ¿quieres
probar?
La
vendedora cogió la tiara que ella le estaba pasando más por
diversión que por otra cosa, y mientras se la ponía pensaba si se
refería a ella como algún tipo de amuleto. Se volvió para mirarse
en el espejo del puesto y rió ante su propia imagen, ante la mujer
que le devolvía la mirada con ojos de niña. Se volvió hacia la
chica y ésta también sonreía:
-¿Ves
por qué la llevo todos los días? La gente me pregunta por ella, yo
se la ofrezco y en el momento en que se la ponen puedes ver esa
expresión de felicidad en sus caras. La llevo por la gente.
La
chica se marchó y la mujer del puesto se quedó pensando que después
de todo sí que era una persona especial… y un día especial, en un
sitio especial.
Si os ha gustado y os parece tan emocionante como a nosotros podéis leer, si no los conocéis los maravillosos libros de cuentos de Jorge Bucay o, en otra línea, igual de inspiradores pero menos "poéticos" los de Rafael Santandreu.
0 comentarios:
Publicar un comentario